Cuando llegamos al ecuador del campamento, los monitores, que no somos
máquinas que llenes de gasolina y sigan funcionando, comienzan a sentir el
cansancio en su cuerpo. Cada mañana cuesta más apagar el despertador, conseguir
abrir los ojos es todo un sacrificio y ponerse la ropa se convierte en un
ritual cargado de parsimonia y bostezos. Cuando comenzábamos este bonito viaje juntos
no éramos conscientes del trabajo que conllevaba. Sin embargo, hay algo dentro
de nosotros que nos hace levantarnos cada mañana y bajar al patio con nuestra
mejor sonrisa.
Los niños de nuestro campamento solo pueden describirse como “un regalo
que Dios hace a cada monitor”. Gracias a ellos podemos soñar, ilusionarnos,
emocionarnos y volver a ser niños por unos días. Creednos cuando os decimos que
no estamos acostumbrados a disfrazarnos de indios, piratas o hadas cada día. Pero
cuando lo que se pone en juego son los sueños de estos pequeños, el cuerpo saca
fuerzas y continúa con esta enriquecedora labor.
Hoy queremos dar gracias a Dios por este maravilloso regalo. Por
llenar de combustible nuestro depósito cada día y permitirnos volar en nuestro
particular Nunca Jamás, al contemplar cada mañana su presencia en las caras de
estos niños.
Monitor Josemi.
Qué bonitas palabras de este gran monitor, Josemi, es cierto que cuesta madrugar pero la recompensa es muy buena porque como dices todo sacrificio se convierte en alegría que repercute en los niños que son muy cierto "un regalo de Dios".
ResponderEliminarGracias a todos los monitores y un aplauso fuerte.